Más de 800
poemas en 40 volúmenes esperaban impacientes en su habitación tras su
muerte. A estos se sumarían todos los
poemas que inundaban su correspondencia. Emily Dickinson, poeta norteamericana,
pasó parte de su vida recluida de forma voluntaria escribiendo, acariciando el papel y la tinta,
memorizando nombres de pájaros y plantas, para irse y no saber que pasaría de
ser Anónima a poeta inalcanzable.
La belleza me oprime hasta la muerte
belleza ten piedad de mí
pero si muero hoy
que sea contemplándote—
Sólo
una migaja
Para
remediar nuestras Partes más Sombrías
Se nos
dan Horas de Salubridad
Que si
no sirven para la Tierra
En silencio
se instruyen para el Cielo—
Dios dio
un Pan a cada Pájaro—
Pero
sólo una Migaja—a Mí—
No me
atrevo a comérmela—aunque tenga hambre—
Mi
patético lujo—
Tenerlo—tocarlo—
Prueban
la hazaña—que hizo mío el Gránulo—
Demasiado
feliz—por mi ocasión de Gorrión—
Para
Mayor Codicia—
Tal vez
haya Escasez—a mi alrededor—
No puedo
dejarme una sola Espiga—
Tal
Abundancia sonríe sobre mi Mesa—
Que mi
Granero resulta colmado—
Me
pregunto cómo se sentirán—los Ricos—
Un
Conde—Un Marajá—
Creo que
Yo—con una sola Migaja—
Soy
Soberana de todos ellos—
***
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